viernes, 24 de abril de 2009

La forma de las cosas


Es curioso cómo las cosas van tomando formas diferentes a medida que el tiempo avanza. Cuando comienzan parecen tener una forma inmodificable, prolija e incluso, predecible. Después los hechos, el tiempo, la gente, lo imponderable y el azar van cambiando los planes, van realizando ajustes en lo que habíamos proyectado, y lo que se inició de una manera termina de otra muy diferente, como por ejemplo una vela, que al encenderse es perspectiva inequívoca de llama parejita y brillante hasta el final. Claro, eso siempre y cuando entre las llamas no aparezca una salamandra y haga girar el rumbo de la historia. Y entonces la vela que se adivinaba vertical e inamovible al principio, caprichosamente se desdobla en sí misma, se reconstruye mientras se destruye y arma arquitecturas efímeras, pero al mismo tiempo inenarrablemente bellas y sorprendentes, porque incluso puede darse que las distintas miradas encuentren diferentes figuras en ese cuerpo que la cera va inventando en cada milímetro que la luz ofrecida por el pabilo cincela sobre ella. Y así es que si a la salamandra se le da por divertirse mientras ilumina, la formas llegan a ser incontables e inasibles, y los planes del principio llegan a puertos absolutamente desconocidos, pero todos ellos acogedores y placenteros.

También es verdad que mientras hace eso va agotando su tiempo y por más figuras que dibuje y más puertos que imagine, inevitablemente la cera sucumbirá en el ígneo sacrificio y el pabilo, exhausto y sin alimento, entregará un destello último y magnífico y se hundirá en su atardecer de candelabro.

Pero siempre se puede encender una nueva vela y la aventura recomenzará.
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